jueves, 18 de agosto de 2011

Inmigración: el timo de las muletas


Los informativos de Tele5 nos han ilustrado con una noticia de esas que ya no se ven. En este video se refleja una realidad palmaria que dibuja el problema que tenemos con la inmigración.
Nos cuentan en T5 que más de 15 mil personas viven en la calle. Necesitan buscarse la vida para subsistir y sobreviven gracias a la ayuda de los transeuntes. Pero como en todo, la picaresca ha llegado a la mendicidad. Los vemos en los semáforos de las grandes ciudades y recorriendo las calles más transitadas. Muchos llegan desde Rumanía y siempre van acompañados de una muleta… ¿Pero verdaderamente todos la necesitan?.

Para comprobarlo seguimos a uno de estos mendigos. Es un joven de no más de 25 años. A las nueve de la mañana comienza un recorrido por el centro de Madrid, que le tendrá durante seis horas pidiendo dinero, cigarrillos y restos de comida en bares y terrazas de la capital. En ocasiones, llega a cambiar la muleta de mano, sin tener en cuenta cual es la pierna dañada.

Durante su paseo, un grupo de policías de paisano, para al muchacho. Le instan a que deje la muleta pero el chico hace caso omiso. En cuanto los agentes se han ido, él vuelve a caminar con su herramienta de trabajo.

A las cuatro de la tarde da por concluida su jornada. Hace el recuento, llena una bolsa con las monedas obtenidas, se fuma un cigarro, y se pone en pie. Esta vez sin la muleta. Cuando les pedimos explicaciones no saben contestarnos, “rumano, rumano” es lo único que consiguen articular. No explican qué dolencia tienen, ni por qué a pesar de pasar toda la jornada cojeando, de repente no necesitan su muleta.

Alfonso, como nos pide que le llamemos, vive en la calle y nos da una explicación, de esta práctica con la que se ha acostumbrado a convivir: “Se ponen un trapo en la pierna, y si ven a la policía salen corriendo. Así sacan más dinero, entre 30 y 40 euros”. Aunque reconoce que son una dura competencia a la hora de conseguir una moneda, asegura que él no ha tenido problemas directos con ellos.

Algo que no comparten comerciantes y vecinos de las zonas en las que actúan. Lucio tiene una terraza en la plaza de Santa Ana y ya ha tomado la determinación de no dejarles pedir entre sus mesas. El dueño de otro local, que prefiere mantenerse en el anonimato cuenta indignado cómo le insultan cada vez que les pide que se vayan y no molesten a sus clientes “Se comen todo lo que pueden y molestan a los clientes, y si intentas echarles te amenazan, te insultan. Estamos hartos”.

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